“DE CANARIA ET INSULES RELIQUIS ULTRA
ISPANIEM IN OCEANO NOVITER REPERTIS”
… Y DE UN DOCUMENTO ENCONTRADO POR CASUALIDAD DESPUÉS DE 500 AÑOS, COMIENZA LA HISTORIA MODERNA DE CANARIAS: “DE CANARIA ET INSULES RELIQUIS ULTRA ISPANIEM IN OCEANO NOVITER REPERTIS” (en español: “DE CANARIA Y DE LAS OTRAS ISLAS NUEVAMENTE DESCUBIERTAS EN EL OCÉANO DEL OTRO LADO DE ESPAÑA”).
El Supremo Alighieri, ahora llegado “en el medio”, o hacia la mitad de la edad promedio de su tiempo (más o menos calculada treinta y cinco años), imaginó perderse en ese bosque oscuro, queriendo aludir al engaño, a la pérdida del espíritu en el oscuro peligro de pecado e ignorancia. En la noche entre el jueves y el Viernes Santo, pasado en la angustia y el miedo, ve que amanece, lo que le hace visible una colina hacia la que se dirige. Es así que el alma caída en el báratro del mal, al darse cuenta, vea claramente en ese momento el camino de la virtud, la verdad y la gracia divina y quisiera tomarlo, pero sin poder alcanzarlo. Para volver al “camino recto”, Dante, apoyado por la esperanza, debe comenzar una lucha contra las fuentes del pecado y los errores humanos, representados por la incontinencia, el fraude y la violencia, tratando de superar los obstáculos.
El bibliógrafo y erudito italiano Sebastián Ciampi descubre en 1826, en la Biblioteca Magliabecchiana de Florencia, un manuscrito en lengua latina, cuyo texto alude a una expedición exploratoria y mercantil que en 1341 se lleva a cabo, por iniciativa del Rey de Portugal Alfonso IV, a las “Islas de Canaria”. Al encontrar en 1826, el documento entre papeles autógrafos de Boccaccio, Sebastiano Ciampi los atribuyó, sin más, al propio Boccaccio, probablemente convencido, más por intuición que por comprobación, de su autoría. Posteriormente, sometido este documento a la crítica profesional, y durante un largo periodo de tiempo, la situación actual a que se ha llegado, es la de adjudicar la autoría a Boccaccio, atendiendo a las circunstancias que concurren en el mismo: valor literario del texto, condiciones del autor y época en que se produjo, la brillante naturalidad y corrección, la técnica de lo resaltado y concreción de lo escrito. Consideramos esta obra de una importancia capital por tratarse de un documento único, singular y por tanto digno de figurar como primicia de la Historia de Canarias, no sólo por la veracidad de la información que contiene, y su importancia por la información que nos da sobre los aborígenes, sino por la pluma de quien lo redactó, precursor de la Historia Humanística, el universal escritor italiano Giovanni Boccaccio, quien, junto a Francesco Petrarca, es considerado el primer historiógrafo moderno.
El “De Canaria”, la obra más corta que nos dejó Boccaccio, se puede considerar como el primer modelo descriptivo de todas las relaciones de viajes y descubrimientos precolombinos y colombinos, que recoge las siguientes partes:
Una relación oficial sobre la navegación con los datos introductorios sobre fechas, protagonistas, objetivos del viaje
Un informe narrativo del primer encuentro con las nuevas tierras y con sus indígenas
Prosecución del viaje hacia nuevos lugares
Consideraciones mercantiles y económicas, así como retrato antropológico de la población encontrada.
Al considerar que la historia de las Islas Canarias comienza en el año 1312 con el redescubrimiento de Lanzarote y de Canarias por parte del navegante italiano Lanzarotto Malocello (y se extiende, al menos, hasta el final de la conquista del archipiélago en 1496) la finalidad del viaje fue la de buscar las islas que “se dice han sido encontradas”.
Implícitamente se refiere a las Canarias que desde 1339 el Portulano de Angelino Dulcert había dado a conocer con las islas de Lanzarote, Lobos y Fuerteventura, aunque por las relaciones entre los navegantes genoveses que comandaban la expedición podemos pensar que a través de Lanzarotto Malocello, asiduo visitante de la isla a la que dio nombre, en torno hasta un máximo de treinta años antes de procederse a esta expedición, pudiera haber llegado la información, bien a la Corte lusitana, bien a los propios pilotos que capitaneaban la expedición.
DE CANARIA Y DE LAS OTRAS ISLAS NUEVAMENTE HALLADAS
EN EL OCÉANO ALLENDE ESPAÑA (1341)
Aquí la obra de G. Boccaccio traducida al español:
En el año del Señor de 1341, llegaron a Florencia unas cartas de los mercaderes florentinos residentes en Sevilla, ciudad de la España ulterior, selladas en aquel lugar el 15 de noviembre y que contienen cuanto sigue.
Dicen, pues, que, abastecidas por el rey de Portugal de todas las cosas necesarias para la tripulación y bien equipadas con florentinos, genoveses, catalanes y otros españoles, el 1º de julio del mencionado año, de la ciudad de Lisboa se hicieron a la vela dos naves, acompañadas de una gabarra, y se adentraron en alta mar llevando consigo caballos, armas y máquinas de guerra para apoderarse de ciudades y castillos; fueron en busca de las islas que vulgarmente se dice que han sido encontradas, y a las que, con el viento a favor, llegaron todos al cabo de cinco días; y regresaron a sus domicilios en noviembre con el botín que ahora diremos. Primero trajeron cuatro hombres, habitantes de esas islas, así como pieles de carnero y de cabras, en gran cantidad, sebo, aceite de pescado, despojos de focas e, igualmente, maderas coloradas, que tiñen casi como el palo de Brasil, aunque los expertos dicen que no lo son. También trajeron cortezas de árboles, propias para teñir de rojo, tierras rojas y cosas similares.
Después, uno de los capitanes de las naves, llamado Niccoloso da Recco, genovés, dijo que de Sevilla a esas islas había cerca de novecientas millas, pero que desde el lugar llamado ahora Cabo de San Vicente están menos distantes del continente. Que la primera isla que descubrieron tiene casi ciento cincuenta millas de circunferencia y que es toda pedregosa, selvosa y abundante en cabras y otro ganado; que los hombres y mujeres van desnudos y que éstos, por sus usos y costumbres, son salvajes. Añadió que en aquella isla había tomado, con una de sus compañías, la mayor parte de las pieles, pero que no había tenido el valor de penetrar en el interior.
Que pasaron a otra isla un poco mayor, en la que vieron como venía a su encuentro, en la playa, una gran multitud de hombres y mujeres, casi todos desnudos. Algunos, que parecían preeminentes, vestían pieles de cabra teñidas de amarillo y de rojo, las cuales, según parecía de lejos, eran muy delicadas y primorosas y cosidas con mucho arte con cuerdas de tripa; por lo que se podía deducir de sus actos, parecían tener un jefe, al que todos tributaban respeto y obediencia.
Aquella gente mostraba deseos de comerciar y de tener relaciones con ellos. Entonces las naves más pequeñas se aproximaron a la orilla, pero los marineros, al no poder entender de ninguna manera su lenguaje, no tuvieron ánimos de desembarcar. Según le dijeron, aquel idioma era muy agradable y a modo del italiano rápido. Pero al ver que no descendía nadie de las naves, algunos isleños intentaron llegar a nado hasta ellas, de los que varios fueron raptados y que son los que han sido conducidos a Europa.
Finalmente, viendo los marineros que allí no podrían obtener nada provechoso, partieron de aquel lugar y, dando la vuelta alrededor de la isla, observaron que estaba mejor cultivada en la parte del septentrión que en la del mediodía. Divisaron muchas casas, higueras, palmeras, huertas, coles y otras hortalizas comestibles; allí desembarcaron veinticinco hombres armados, quienes buscando a los que habitaban aquellas casas, encontraron que había cerca de treinta personas, todas desnudas, las cuales, al verlos armados, se dieron a la fuga.
Al entrar en el poblado vieron que las casas estaban construidas de piedras escuadradas con un arte maravilloso, cubiertas de maderas muy grandes y muy hermosas; y puesto que encontraron las puertas cerradas y querían ver lo que había en su interior, las rompieron y las abrieron. Al verlos, los habitantes que habían huido, indignados, comenzaron a dar grandes gritos. Por último, rotas cuantas puertas encontraron, entraron en ellas y no hallaron otra cosa que higos secos en cestas de palma, tan buenos que parecían de Cesena, trigo, mucho más hermoso que el nuestro, con los granos más largos y gruesos y el color más blanco, cebada, y otros cereales con los que los habitantes se alimentaban. Las casas, hechas de piedra y maderas bellísimas, estaban tan emblanquecidas en su interior que parecían de yeso.
También vieron una ermita en la que no había pinturas ni otros ornamentos, excepto una estatua que representaba a un hombre desnudo con una bola en la mano y con las vergüenzas cubiertas con unas bragas de palma, según la costumbre de los habitantes de ese país, la que tomaron consigo y, cargándola en el navío, la llevaron a Lisboa.
Esta isla está muy poblada y muy bien cultivada; y recogen trigo, cereales, frutas y, sobre todo, higos; el grano y los cereales se los comen ya sea como las aves, ya sea como harina; no hacen pan y sólo beben agua.
Al partir de esta isla vieron más a lo lejos, algunas a cinco, otras a diez, veinte o treinta millas de distancia. Navegaron hasta una tercera, donde sólo encontraron árboles altísimos dirigidos hacia el cielo.
Desde allí se dirigieron a otra, en la que hallaron abundantes arroyos y aguas muy buenas, bosques y palomas, a las que mataron a pedradas y a palos y que después se comieron, diciendo que eran más pequeñas que las nuestras, pero de igual sabor o mejor; también encontraron halcones y otras aves de rapiña.
Pero no caminaron mucho por ella, ya que les pareció completamente desierta. Enfrente vieron otra isla, en la que se distinguían grandes montañas pedregosas, la mayor parte cubiertas de nubes, y donde las lluvias eran frecuentes, pero que con el tiempo sereno aparentaba ser muy bella y que, según el vigía, estaba habitada.
Y que después de estas islas pasaron a muchas otras, algunas habitadas y otras no, hasta un total de trece; y cuanto más avanzaban, más islas veían. El mar que las separa es más tranquilo que el nuestro y tiene un fondo apropiado para las anclas; y aunque no tienen muchos muelles, todas son abundantes en agua. Cinco de estas islas las vieron pobladas y por muchos habitantes. De las otras trece islas a las que llegaron, encontraron muchas deshabitadas y otras pobladas, unas más, otras menos. Además de esto, sus lenguas son tan diferentes que los habitantes de una isla no se entienden con los de la otra; y no tienen naves ni otro medio para ir de una a otra, a no ser que vayan a nado.
También encontraron otra isla en la que no quisieron desembarcar porque en ella ocurría cierta maravilla. Dicen que allí existe un monte que, según sus cálculos, tiene treinta millas, o aún más, de altura, que se ve desde muy lejos y en cuya cima se divisa cierta blancura; y como todo ese monte es pedregoso, esa blancura tiene el aspecto de una ciudadela; pero sólo es una roca muy picuda en cuya cima hay un mástil del tamaño del de una nave, del que cuelga una entena con una gran vela latina tensada a semejanza de un escudo, la cual, hinchada por el viento, se extiende mucho; luego parece disminuir poco a poco, como en las naves, para elevarse enseguida, continuando siempre de esta manera. Dieron la vuelta a la isla y por todas partes observaron lo mismo, por lo que consideraron que estaban en presencia de un encantamiento y no tuvieron el valor de descender a tierra.
Encontraron en ellas muchas más cosas que el dicho Niccoloso no quiso contar. Sólo parece que estas islas no son ricas, pues los marineros apenas pudieron recuperar los gastos.
Y los hombres que llevaron consigo son cuatro jóvenes imberbes de hermoso semblante. Llevan bragas y tienen ceñida en las caderas una cuerda de la que cuelgan hilos tupidos de palma de uno a dos palmos de largo lo máximo; y con ellos se cubren las vergüenzas de la parte delantera y trasera, a menos que el viento u otra cosa los levante. No están esquilados y tienen los cabellos rubios y largos hasta el ombligo; se cubren con ellos y caminan descalzos. La isla donde fueron raptados tiene el nombre de Canaria, la más poblada de todas. No entienden idioma alguno, pues se les ha hablado en varias lenguas. En estatura no sobrepasan la nuestra. Son robustos, animosos, fuertes y, por el que se puede suponer, de gran inteligencia. Se habla con ellos por gestos y también responden por gestos, como los mudos.
Se respetan mutuamente, pero tienen una deferencia especial hacia uno; este tiene bragas de palma y los otros tres las tienen teñidas de amarillo y rojo.
Cantan dulcemente y bailan casi a la manera de los franceses. Son alegres, ágiles y muy amables, más que muchos españoles.
Apenas entraron en la nave su pusieron a comer higos y pan, que les pareció muy bueno, pues nunca lo habían comido; rechazaron el vino y sólo bebieron agua. Antes habían comido trigo y cebada a puñados, queso y carne, de la que poseen mucha y buena; no tienen bueyes, camellos y asnos, pero si muchas cabras, ovejas y jabalíes. Le fueron mostradas monedas de oro y plata, pero no las conocían, como tampoco ninguna clase de perfume, collares de oro, vasos esculpidos, sables, espadas de todas clases, porque nunca los habían visto ni tenido.
Asimismo, muestran tener mucha fe y lealtad entre sí, por lo que se puede presumir, principalmente, porque si se le da comida a alguno de ellos, antes de comerla, éste la divide en partes iguales y da a cada uno la suya.
Existe el matrimonio y las mujeres casadas llevan bragas al estilo de las de los hombres. Las núbiles van completamente desnudas, no considerando vergonzoso andar así.
Tienen, como nosotros, la unidad de los números y los ponen delante de las decenas de este modo:
1. Nait
2. Smetti
3. Amelotti
4. Acodetti -,
5. Simusetti
6. Sesetti
7. Satti
8. Tamatti
9. Aldamorana
10. Marava
11. Nait- Marava
12. Smatta- Marava
13. Amierat –Marava
14. Acodat – Marava
15. Simusat – Marava
16. Sesatti – Marava
S. Ciampi añade la siguiente observación: “La relación termina con un “etc.” sin que me parece fuese transcrita íntegramente ya que en el manuscrito de Boccaccio la última página está en blanco como si estuviera preparada para continuar la escritura”.
(Al margen del manuscrito hay añadido de la propia mano de Bocaccio: “el florentino que fue capitán de estas naves se llaman Angiolino del Tegghia de’ Corbizzi, primo hermano de los hijos de Gherardino di Gianni)”.
Foto tomada en la Casa-Museo del Campesino